lunes, 21 de marzo de 2016

Innovación abierta para reinventar Telemadrid en un contexto tecnológico y social muy diferente a 1983

En los años noventa, el austriaco Peter Drucker predijo la revolución de la gestión del conocimiento y advirtió de que éste se convertiría en la principal fuente de producción de riqueza, por delante del propio capital. Y no se equivocó. La gestión del saber, además de propiciar el desarrollo de nuevas tecnologías e industrias vinculadas al software y al hardware, está ayudando a reinventar otras viejas, como las de la banca, la cultura o el transporte.

La televisión, que es más que una industria, no ha permanecido indemne a estas transformaciones. Centrándonos en algo tan próximo como nuestros televisores, vemos como éstos han dejado de ser esa caja mágica que alumbraba las noches de los años sesenta, para convertirse en un terminal de información más, que convive y compite con otros terminales.
En la nueva economía del conocimiento, tal y como dejó escrito Drucker, las tecnologías de la información y de la comunicación han transformado radicalmente las economías, los mercados, la estructura de la industria, los productos, los servicios y el mercado laboral. Pero también han transformado el sistema de medios de comunicación. Por ello, en un proceso transformador como en el que nos encontramos, cabe preguntarnos por el papel que deben desarrollar las televisiones autonómicas. 
En un contexto tecnológico y social en permanente cambio y muy diferente al del año 1983, que fue cuando el Gobierno de Felipe González aprobó la Ley de los Terceros Canales, nuestros usos y prácticas cotidianas, derivadas del desarrollo de la web 2.0 y del uso de nuevos soportes de comunicación, han cambiado radicalmente las exigencias sobre las televisiones autonómicas para seguir cumpliendo su función de servicio público. En mi opinión, en su calidad de grandes productoras de información, estos canales deberían atreverse a explorar nuevos formatos, soportes, funciones y contenidos. Sólo así podrán seguir contando para las audiencias, para la ciudadanía. 
Igual que ha ocurrido en otras industrias, los gigantes del software se han introducido en toda la línea de valor de las televisiones. En apenas diez años, Youtube se ha convertido en el lugar de referencia del mundo para ver vídeos. Cada mes, los mil millones de personas que se asoman a este canal consumen cientos de millones de horas viendo videos. 
Lo mismo sucede con las compañías de telecomunicaciones, que ofrecen al usuario paquetes híbridos de servicios de telefonía y contenidos televisivos a la carta. El último actor en aparecer en escena ha sido la popular televisión por internet, Netflix. Sus contenidos pueden ser vistos desde cualquier terminal conectado a internet: ordenador, televisión, móvil, consola o tableta. Las redes sociales Twitter y Facebook también han contribuido a trastocar el panorama televisivo, sobre todo por su gran capacidad prescriptora a través de las recomendaciones de sus usuarios. Y esta es una de las claves: la participación de los usuarios. Desde su nacimiento, los usuarios han podido acceder libremente a las emisiones de las televisiones autonómicas, pero creo que ha llegado el momento de que, como ha sucedido en otras empresas, las televisiones apuesten por la innovación abierta, sumando el talento de fuera al de dentro. Un talento externo que incluye a todos los profesionales del periodismo que la crisis ha sacado de las redacciones. Hay que poner las condiciones para que estallen las tormentas de ideas. Por ejemplo, las once televisiones autonómicas que constituyen la FORTA podrían unirse para hacer un nuevo "Netflilx", o para diseñar contenidos para las infraestructuras de las smart cities o para los relojes inteligentes. 
También podemos aprender de lo que están haciendo grandes como Microsoft, que tras aceptar que Windows ha dejado de ser el rey del software, se ha reconciliado con la cultura del código abierto para ganarse la simpatía de los makers, a quien el periodista y escritor Chris Anderson ha confiado la tercera revolución industrial. Los makers desarrollan su trabajo en fábricas digitales globales que responden a nombres como Fab LabHackspace, Techshop o Makespace. Más allá de los nombres, estos lugares ponen en evidencia una particular lógica práctica que asume el valor de la creatividad de la gente y su capacidad para inventar. 
El sociólogo norteamericano Richard Florida escribe que uno de los principales motivos que lleva a las clases medias profesionales más activas a elegir una ciudad o región para vivir es el estilo de vida y el dinamismo cultural del lugar de acogida. Florida destaca la relevancia de lo que llama audio identidad o capacidad de identificar un territorio con un tipo de música. En la búsqueda de esa identidad auditiva o de cualquier otra actividad creativa o artística, que huya del folclorismo fácil, las televisiones autonómicas podrían tener una importante labor que realizar: ser el motor de los distintos movimientos culturales que surgen en su territorio.
Por último, no se me escapa que la relación entre innovación y participación ha de ir en ambos sentidos. La Comunidad de Madrid se ha caracterizado por su pujanza creativa en todas las manifestaciones artísticas en distintos momentos de nuestra democracia, desde la Movida hasta  nuestros días. Su tejido e industria cultural son fundamentales en la creación directa e indirecta de riqueza, tanto económica, como simbólica. En Madrid, la agitación cultural es una constante.  Desde las exposiciones en las galerías de arte, hasta una ingente variedad de nuevas experiencias, que van desde los laboratorios ciudadanos de producción, investigación y difusión de proyectos culturales, como es el caso de Medialab Prado; hasta los nuevos centros de innovación de las grandes empresas abiertos a la ciudadanía. Por estos templos de la nueva modernidad transitan expertos y aficionados de todo el mundo que debaten acerca de las disciplinas profesionales de un futuro que ya está aquí: Big data, cultura hacker, innovación social o internet de las cosas. Sinceramente, creo que la televisión podría desarrollar una interesante función como agitadora de estas dinámicas culturales. 
Propongo imitar a las grandes compañías y organizar un hackathon en colaboración con asociaciones de profesionales de la comunicación, universidades, programadores, ilustradores o diseñadores para, entre todos, trazar los nuevos caminos de la televisión. 

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