Hoy,
miércoles, 30 de marzo, he estrenado nueva vida profesional en
Campus Madrid, el sitio elegido por Google para convertirse en lugar
de referencia de la innovación y del hacer en nuestro país.
Recuerdo que, en su presentación hace menos de un año, Sofía
Benjumea, su directora, se refirió a la vieja fábrica que cobija el
Campus como un lugar de emprendimiento. Yo prefiero referirme a este
lugar como el sitio donde se hacen cosas, se inventa, se crea, se
aprende y, además, se pasa bien. La palabra emprender, como en la
canción, se nos ha gastado de tanto usarla. No me gusta por el mal
uso que algunos están haciendo de ella, pero de esto ya hablaré
otro día.
Había
venido en varias ocasiones a Campus Madrid, pero siempre con prisas,
después de salir de trabajar. Cuando llegaba y veía a las personas
sentadas delante del ordenador, con un café a un lado y departiendo
amigablemente con el colega de enfrente, siempre pensaba que yo
quería que ese sitio fuera mi lugar de trabajo algún día. Y ese
día ha sido hoy. He llegado a las nueve y media y se me ha pasado la
mañana volando. Me he encontrado con dos conocidos. A uno de ellos,
de mis tiempos de periodista en ABC; y al otro, de un evento al que
asistí en Media Lab Prado para imaginar el internet de las cosas
dentro de cuatro años. Hemos hecho un repaso a las tecnologías que
están propiciando la transformación digital del mundo y nos hemos
puesto a trabajar: cada uno, en lo nuestro.
Aunque
conozco la afición de Google por mapear nuestras búsquedas, nunca
pude sospechar su magnanimidad para quienes hemos sido educados en la
disciplina de fichar a diario en el trabajo. El gigante de la
tecnología me ha dado una tarjeta con código de barras para que
todas las mañanas la pase por un lector y las puertas se abran a mi
paso. De esta manera me siento parte de una gran familia innovadora.
Pero lo más innovador está en lo aparentemente menos innovador:
Google ha inventado la metadona para el síndrome de fichar.
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